viernes, 19 de julio de 2013

Homenaje a mis desastres.


Homenaje a mis desastres: 
Lágrimas,
que se tiran al vacío del papel
y amanecen gritos ahogados entre líneas.


No importa las veces que hayamos caído si hemos conseguido levantarnos.

Y tendríamos razón
-pero menos sentimientos-,
si no fuera
porque las heridas
siempre vuelven a abrirse
como las flores cada primavera
pero solo mostrando las espinas.

Mejor elevarse triunfal
con las rodillas despellejadas
que gatear con el fracaso.

Yo también estoy de acuerdo,
te lo prometo,
pero descrúzame los dedos,
que no puedo seguir escribiendo
esta esquela a mis victorias,
este homenaje a mis desastres.

Nadie advirtió que volar
incluye aterrizajes forzosos,
forzados por nosotros mismos,

que despegamos
sin tener alas,

que nos despeñamos
en negar
que el vuelo solo es el reflejo del arrastre.

No se oirán tus gritos en la caja negra del silencio
ni se acordonará el perímetro de tu ausencia
-aunque yo delimitaría con lazos
el camino de tu espalda a tus tobillos-.

Lo siento,
es culpa nuestra:
nunca caemos
en la cuenta
de que nadie pone flores
en la cuneta
donde yacen ilusiones
fuera de circulación.

Campeones en salto
de las piedras del camino,
tristes
incapaces de borrarnos las huellas del destrozo.

Cría decepciones
y te llorarán los ojos:

mejor soltar lágrimas
                                           -que se sabe cuando vienen-
que albergar tsunamis;

y si aparece el arcoiris en tu mirada
 -la mitad de una diana-
tienes una bala en el bolsillo.

Siempre estaremos entre la espada y la pared
-y nunca fuimos campeones de esgrima-
si no nos decidimos a arrancarnos los cuchillos
que tenemos entre espalda y corazón.

Que no cunda el pánico,
nadie es tan valiente.

Que no cunda la valentía,
nadie tiene tanto pánico.

En el fondo,
todos nos desangramos
porque
el tiempo no nos cura.








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