sábado, 16 de agosto de 2014

A un maestro de la metamorfosis.

¿Cómo se despide uno de una persona que no conoce? ¿Cómo se reconoce que se está triste por su marcha?

No sé hacer esto pero tenía que hacerlo. 

Me he despedido de personas muy queridas sintiendo que me arrancaban las vísceras de cuajo, pero de ti no sé despedirme, te imagino alejándote despacio, mientras tu ausencia va borrando trocitos de mis recuerdos, va desmontando la pared donde están colgadas fotos de mi pasado ladrillo a ladrillo, sigilosamente.

No sé hacerlo pero lo intento.

Me has acompañado siempre aunque posiblemente hacía varios años que no veía una película tuya. No voy a fingir que soy una fan incondicional, he visto únicamente tres de tus películas, las que ha visto todo el mundo: Jumanji, La Señora Doubtfire y El club de los poetas muertos, pero no me hizo falta más filmografía para saber que tenías un don, algo que muy pocos actores tienen. Tenías el poder de modificar el estado de ánimo del espectador a tu maldito antojo; el poder de abrir las puertas y las ventanas de la mente, entrar, y gritar desde dentro; el poder de transmitir a lo bestia una cascada de emociones, ahogarnos a todos, reducirnos a meros náufragos ante tu tormenta magistral y después salvarnos uno a uno. Eso hacías, Robin: salvarnos, cambiar nuestra forma de entender la vida en cada segundo de película para que al final sólo quisiéramos ser mejores.

Eras un auténtico profesor, que en cada papel nos enseñaba una lección más, que nos recordaba que había que superarse, no detenerse ante los obstáculos, eras el conocido “si quieres, puedes” en carne y hueso. Y eso nadie sabe cómo agradecértelo.

Nadie sabe cómo agradecerte cada risa, cada lágrima, cada pelo erizado, cada segundo de emoción… cómo agradecerte la rabia, el valor, el miedo, la tristeza, la ternura y el amor que transmitías… pero lo intentamos. Ojalá nos vieras, nos partimos el corazón para dedicarte palabras que nunca vas a leer. Siento que son nimiedades ante el gran vacío que has dejado.

Verte feliz era mi deuda contigo. No quería recordarte triste y ayer lo conseguiste.

Me hiciste llorar y reír a la vez, sentir el frío del adiós calándose hasta los huesos y la calidez de un abrazo de bienvenida. Aprendí contigo (una vez más) que ante la marcha de alguien querido no hemos de quedarnos anclados para siempre en el pasado, que el que se queda ha de luchar con todas sus fuerzas para cumplir un sueño compartido, que ayudar a los demás ha de ser nuestra meta diaria y además puede ayudarnos a nosotros mismos. Me enseñaste que el corazón puede estar en la nariz.

Mis más sinceras gracias.

¿Sabes qué es lo bueno de no haber visto el resto de tus películas? Que podemos reencontrarnos como auténticos desconocidos. Será un placer.




Las mariposas vuelan alto, Robin. Buen viaje, maestro.



domingo, 25 de agosto de 2013

Ideas inconexas.

A veces,
las estaciones no entienden de horarios,
ni los trenes de semáforos en rojo;
y los objetos olvidados me miran con envidia
porque vuelven a ser los únicos perdidos en esta terminal de vida.

A veces, es decir, cuando me cruzo contigo.

La brisa levanta los ánimos en vez de las faldas
después de todo este tiempo sin aire.
No me reproches que ahora quiera esnifar tu aliento.

El mundo se ha vestido del revés
para meterse en la cama y soñar contigo,
que llevas demasiado tiempo dormido.

Siempre amanecía cuando apagabas la luz.
Ven, que se me agotan los días.

No entraste por la puerta de atrás,
alunizaste de frente,
y no sé qué hacer con el montón de cristales rotos.
Pero no importa,
piso las nubes cuando sonríes
con cara de no haber roto una ventana,
sino veinte corazones.

Estás perdido entre los labios de mi boca
y la boca de mi estómago,
y yo no encuentro una salida que no sea vomitarte al suelo,
para dejar de boxear con las mariposas de allá adentro.

No necesito a alguien valiente a mi lado,
necesito a alguien que sienta el mismo miedo que yo
a las ideas inconexas de un sábado desterrado.

Te necesito a ti...
aunque estés lejos.

lunes, 12 de agosto de 2013

Aún me escribo cartas.


Hace mucho tiempo que no me veo en ningún sitio
y no me atrevo
a llamarme
para preguntarme
qué tal se me va la vida
y
qué tal me vuelven los recuerdos,
por si me miento
en vano
y en vena
-que llega más rápido
al cerebro-.

Celebro el aniversario
de las decepciones enlazadas
con mis miedos
“sí quiero”
y no puedo
como se celebra un funeral.

Nadie “celebra” un funeral.

Los momentos especiales
se pasaron de fecha
en calendarios con días en blanco
mientras yo contaba desde cero
la historia de terror de turno
en la que nunca me ha tocado a mí
ser salvada
porque a la tercera
va la vencida,
y yo siempre me he perdido antes.

¿Voy ganando la carrera del fondo?

   Me falta el aire
   y me sobran las lágrimas.

Pero nunca has abierto los ojos para respirar.


Porque da pánico circular en sentidos contrarios
a los establecidos.

Y el pánico no sabe que sentirse del revés
también puede ser el retorno a casa.

No puedo seguir andando
porque los gigantes son torpes,
y que bailen con doncellas de zapatos de cristal
sólo puede desencadenar una catástrofe.

Pero se puede hacer el ridículo descalzo,
e incluso el amor,
porque los prejuicios están en la cabeza y no en los pies.


Hace mucho tiempo que no me veo en ningún sitio
y no me atrevo
a llamarme,
 pero aún me escribo cartas.

viernes, 9 de agosto de 2013

No eres cuestión de magia.

Los que no creían en la magia
inventaron la poesía.

No eres cuestión de magia
-y la poesía es la respuesta-
porque los magos leen mentes
y los poetas,
corazones;
y tú siempre tienes tiempo para un latido más.

Por ti me quito el sombrero
y lo pongo a tus pies,
al lado del mundo,
para que las personas
te echen los abrazos
que echaron en falta
cuando sintieron frío,
porque la mejor caridad
es el cariño.

Si el sombrero fuera una chistera
sería más bien de chiste
porque no hay truco
ni necesidad de esconder nada.

Te leería cada noche
todos mis cuentos de miedo
para que te levantaras
sintiéndote la persona más valiente del mundo,

historias de fantasmas
que no son transparentes:
tienen color papel
y pupilas de tinta negra,

historias de cobardes
que les pintan cicatrices
con su puño
y
letra
para mantenerlos al margen
de la hoja.

Me dan a elegir una carta
y escojo las que me quedan por mandarte,
y las escaleras de colores,
mejor hacia tu casa.

Me encadené a ti
con grilletes
que unen por dentro,
y cuando me río contigo,
no recuerdo dónde están
y no podemos escapar.

Damos el espectáculo
sin cobrar entrada
pero las decepciones sólo son aptas
para unos pocos.

No entiendo de magia,
pero si me preguntan:

¿Dónde está la poesía?
¿Aquí?
(En tus ojos),
¿Aquí?
(En tu boca),
¿O aquí?
(En tus manos),

sé contestar:

la poesía está dónde tú la quieras encontrar.

No sé hacer magia,
y no me inquieta,
porque no me hace falta crear algo que no existe
si existes tú.

sábado, 3 de agosto de 2013

Ceda el peso.

Se había desecho de todos los retrovisores
para no ver el rastro de tristeza que dejaba
en la línea discontinua
de la vida
y
nunca llevaba chaleco reflectante
-hay personas que brillan por sí solas- decía.

Su sonrisa parachoques,
sin pintalabios por haber besado el pavimento
-por torpe
y por haber volado demasiado-
frenaba en seco a las personas

pero habría iniciado tres mil seiscientas revoluciones por segundo
con tan solo abrir la boca.

Tenía la puta manía
de cantar Don´t stop me now
por encima de lo incívicamente correcto
y nunca escuchaba el grito que se ahogaba dentro.

Siempre había preferido los caballos libres
a los encerrados en un motor
y se le aceleraban las pulsaciones
cuando no pisaba el suelo.

Iba a trescientos sesenta y cinco días por daño
en un año bisiesto:
le bastaba un día para ser feliz.

Cogió la irracional-V,
sin comprobar el tráfico de emociones
que la recorrían por dentro

ni las señales de advertencia
propias de purgatorios caducos:
le daba igual que llorar fuera obligatorio
y que la risa estuviera prohibida.

De repente,
frenó en mojado
esquivando mis lágrimas recién caídas.

-No llores, yo quiero morirme contigo de la risa.

No vio venir el miedo
que nos invadía de frente
a pies,
y al mirarme a los ojos
se salió de la circunvolución a toda velocidad
y se estampó contra el papel en blanco.

-Escríbeme de vez en cuando- me dijo,
y
se borró para siempre.

Se mató de la pena conmigo
pero sin mí.

Nota:
El contenido del texto es totalmente metafórico,
no es mi intención ofender a nadie.
Conducid con precaución.



miércoles, 31 de julio de 2013

Poemierda.

Ya veré como después de escribir esto me arrepiento.

Hoy te voy a escribir un poem...
mierda.

Un poemierda que cuente toda esa basura que llevamos dentro.

Al escribir soltamos las penas 
y nos escondemos la mano en la entrepierna,
o vete tú a saber dónde.

¿Y eso es de valientes?
Más bien son balidos de oveja.

Nos metemos las tristezas (mal) dobladas:
cuando llegan y cuando les escribimos la carta de despedida.

A veces me da pena
la pena que nos damos
los unos a los otros
escribiendo a personas
que no se molestaron siquiera
en hacernos reír.

He leído poemas dedicados a clavículas,
¡pues los gatos no tienen y viven siete vidas!
¿Un fémur tiene menos derecho que una clavícula a ser versado?

Y todos muriendo de amor,
como si no hubiera ya suficientes causas por las que morir
y a veces nos salvamos.

A demasiadas cosas llamamos poesía,
y a pocas personas llamamos a gritos.

Tanta rima
sólo para que se nos hagan las noches más cortas leyendo
en vez de llorando
(llorando, que no follando).

Que perecemos,
gilipollas.

Vamos de duros por fuera,
pero las pesetas ya no sirven, ¿eh?

Llamad a alguien para que nos limpie la mierda de dentro
porque ya empieza a oler a primavera.

Que se nos da muy bien eso de coger los sentimientos con pinzas
o de tocarlos con un palo,
pero nadie los coge con las manos
por el miedo a que los pisen.

¿Para tener mariposas en el estómago tuvimos que comer orugas?
Puag.
Para eso me trago cuchillos y voy de feria en feria.

Creemos
en
París
Roma
y
Madrid
pero nadie quiere nuestro vertedero de ventanas rotas.

Y yo últimamente tengo más aprecio a los cristales
porque se apartan a mi paso
desde un tercer piso.
y no me preguntan por qué escapo.

Pero nada de tirarse,
que esto es literatura...
para analfabetos.

Desde esta cornisa de falsos ilustrados,
saludo a todos los que pierden el sentido
(de lo que escriben)
las mismas veces que el norte,

que me están leyendo
pensando en que pierden más la dignidad
que las bragas
o los calzoncillos
y que eso debe suponer un problema.

Pensemos dos veces al día,
(por hacer un bis
a la vez que pis)
que si la poesía pudiera escribirnos a nosotros,
nos pondría un punto y final.

Y hoy voy a acabar el texto como siempre he querido hacerlo:

a tomar por culo.

Nos leemos a la vuelta...
de la realidad.
































martes, 30 de julio de 2013

Válvulas.


Las palabras que usas como válvulas de escape
se convierten en las válvulas que regulan el aporte de oxígeno.

En cada palabra,
guardo eso que unos llaman alma,
doses, sentimiento,
y treses identifican con un área cerebral.

Y lees,
pero no te encuentras:
usted no está aquí,
y mientras más se busca,
más se pierde.

En cada espacio,
estás rodeado de aire
pero ves como se extravía
llenando otros cuerpos
que ni se molestan en respirar la vida
que tú expiras.

En cada punto y coma,
doy tregua
al paso del tiempo,
y al “paso de ti”
que todos los días borro
del borde de la hoja
porque no me atrevo a escribirlo
en el centro de atención.

Tus ojos se beben los versos,
saltando de letra en letra,
con su nistagmo de ver pasar los trenes
de la vida
y nosotros sin estación en la que subirnos.

¿Qué demonios estamos haciendo
si nos merecemos ángeles?

Hacemos de letras
corazón,
y
con razón se nos vierte la sangre
porque ya tenemos uno
y nos sobra
para re-partirlo.

En cada punto y final,
uno de sutura,
que cierre heridas que no se cierran
fuera del papel.

Cuando se agotan las palabras,
nos des-vivimos en la anoxia,
esperando la próxima ráfaga de viento
aunque pueda convertirse en huracán.


Seguid respirando e insuflando vida.