domingo, 2 de junio de 2013

El mayo en que asesiné a las flores.

Dedicado a la primavera,
que me coloca malas metáforas en la cabeza
y se deja la belleza tirada por todas partes.


Primavera,
ya no me engañas
ni con todo tu artificio:
ahora ya sé que las amapolas
nacen de pintar a besos
las margaritas muertas
con el rojo de sus labios.

   Lo sé,
 porque asesiné
a todas las que osaron
            decirle
en medio de la duda,
“no te quiere”.


Siempre te (d)escribo con metáforas
en un intento de que la tinta no nos salpique,
como la mierda,
como la sangre,
como la lluvia,
como la vida.

Pero detrás de la aparente calma,
siempre se forja una tormenta,
y en los charcos de la acera,
puedes nadar en un océano.

Y estoy cansada de que todas los diluvios
estallen en mis ojos
en vez de bañarnos en la calle
cuando estemos sin paraguas.

Por eso,
hoy te digo que te quiero.
Y si me mancho escribiendo esto,
mejor,
me comí el mundo
y mereció la pena.

Te quiero,
y quien no lo haga,
que tire la primera piedra…
(con certera puntería a su cabeza)
y me preste el resto
para tropezarme siempre contigo.

Te quiero
en cada segundo
de todo el tiempo del mundo
y en cada milímetro
que no quiero que nos separe.

Te quiero,
cuando sonríes
                                                                 aires

                                                 los

                           por
y me vuelas


aunque

luego


 la caída

                           sea
                                     tan 
                                              libre
                                                       como
                                                                 el
                                                                      vuelo,


o cuando me enseñas de la mano
que volar bajo
 por mí misma
también es volar,
y que el mérito está en despegar del miedo
y no en alcanzar ninguna cumbre.

Desde que te quiero
no soy mejor ni peor persona:
soy yo,
eso que nunca he sido,
con los mismos abismos
y los mismos vértigos
al asomarme a ellos;
soy la misma
pero radicalmente distinta:
soy yo… contigo
y, por tanto, más feliz.

Te quiero,
y si te odio a veces,
es porque te quiero.

Te quiero,
y es solo consecuencia de circuitos neuronales
(incorrectos)
de igual forma
que los colores
que visten la vida
dependen de un flash en la retina.

Te quiero
porque sí,
y no por ser así de simple,
deja de ser hermoso.

Ya no sé,
si te he dicho que te quiero,
porque se me han emborronado las palabras
al salirme a borbotones
del margen establecido.

                                                                                                                    
[Sécate cuando hayas cerrado estas palabras
con un clic o bajo llave,
porque incluso lo bonito,
sin darte cuenta,
te empapa
cuando no quieres mojarte.]

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