lunes, 3 de junio de 2013

Felicidad de alta calidad.

Tal vez no sea la primera mujer del mundo,

pero para alguien es la única.

Ella simplemente estaba,
como están las estrellas allá arriba,
pero aquí abajo,
y he sentido el desconsuelo de las más fugaces
que se han quitado el brillo a mediodía.

Desafiaba al mundo con las manos en alto,
guerrera que carga las metralletas con margaritas,
capaz de guiar contigo al ejército más valiente del mundo,
formado por un par de cadetes,
dos gatos
y tres o cuatro bichos palo.

Con esa sonrisa,
la sonrisa de alguien que espera todo de la vida
mientras simplemente espera a que le saques una foto,
por poco no me enamoro yo y te quito el puesto.

Que no te extrañe,
si en esos ojos he tirado todos los puzzles,
porque nada encaja como sus pupilas con las tuyas.

He visto a la felicidad encerrada en su cara,
sufrir un síndrome de Estocolmo terrible
y no querer salir,
a pesar de los golpes de la vida.

Y la entiendo,
porque renace
cada día
de ese uno para el otro:

Ella,
entre miles de colores,
sobresaliendo en primavera,
y tú,
suspendiendo en el intento
de no hacer su risa eterna
en un instante
pixelado.

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