¿Cómo se
despide uno de una persona que no conoce? ¿Cómo se reconoce que se está triste
por su marcha?
No sé hacer
esto pero tenía que hacerlo.
Me he despedido de personas muy queridas sintiendo que me arrancaban las
vísceras de cuajo, pero de ti no sé despedirme, te imagino alejándote despacio,
mientras tu ausencia va borrando trocitos de mis recuerdos, va desmontando la
pared donde están colgadas fotos de mi pasado ladrillo a ladrillo,
sigilosamente.
No sé hacerlo
pero lo intento.
Me has acompañado
siempre aunque posiblemente hacía varios años que no veía una película tuya. No
voy a fingir que soy una fan incondicional, he visto únicamente tres de tus
películas, las que ha visto todo el mundo: Jumanji, La Señora Doubtfire y El
club de los poetas muertos, pero no me hizo falta más filmografía para saber
que tenías un don, algo que muy pocos actores tienen. Tenías el poder de
modificar el estado de ánimo del espectador a tu maldito antojo; el poder de
abrir las puertas y las ventanas de la mente, entrar, y gritar desde dentro; el
poder de transmitir a lo bestia una cascada de emociones, ahogarnos a todos,
reducirnos a meros náufragos ante tu tormenta magistral y después salvarnos uno
a uno. Eso hacías, Robin: salvarnos, cambiar nuestra forma de entender la vida
en cada segundo de película para que al final sólo quisiéramos ser mejores.
Eras un
auténtico profesor, que en cada papel nos enseñaba una lección más, que nos
recordaba que había que superarse, no detenerse ante los obstáculos, eras el
conocido “si quieres, puedes” en carne y hueso. Y eso nadie sabe cómo
agradecértelo.
Nadie sabe cómo
agradecerte cada risa, cada lágrima, cada pelo erizado, cada segundo de
emoción… cómo agradecerte la rabia, el valor, el miedo, la tristeza, la ternura
y el amor que transmitías… pero lo intentamos. Ojalá nos vieras, nos partimos el corazón para dedicarte palabras que nunca vas a leer. Siento que son
nimiedades ante el gran vacío que has dejado.
Verte feliz era
mi deuda contigo. No quería recordarte triste y ayer lo conseguiste.
Me hiciste
llorar y reír a la vez, sentir el frío del adiós calándose hasta los huesos y
la calidez de un abrazo de bienvenida. Aprendí contigo (una vez más) que ante
la marcha de alguien querido no hemos de quedarnos anclados para siempre en el
pasado, que el que se queda ha de luchar con todas sus fuerzas para cumplir un
sueño compartido, que ayudar a los demás ha de ser nuestra meta diaria y además
puede ayudarnos a nosotros mismos. Me enseñaste que el corazón puede estar en
la nariz.
Mis más sinceras gracias.
¿Sabes qué es
lo bueno de no haber visto el resto de tus películas? Que podemos
reencontrarnos como auténticos desconocidos. Será un placer.
Las mariposas
vuelan alto, Robin. Buen viaje, maestro.